El mito de la pueblada
Uno de los mitos criollos es que las puebladas hacen tambalear a los gobiernos. Es tan fuerte ese mito como que la popularidad en las encuestas de imagen define algún destino político. Eso nunca ha ocurrido. Pero absorbe la atención esta semana con el llamado a la plaza en defensa de la ley de fondos para las universidades.
Las manifestaciones callejeras más bien han condimentado movimientos de cúpula (1989, 2001) que otra cosa. Cuando existía la izquierda, la amenaza del alzamiento popular asustaba a los gobiernos. Ya no hay izquierda, ni comunismo ni guerra fría, y los actores han perdido esa herramienta de la ficción que es el levantamiento popular. Algunos gobiernos han promovido organizaciones que arman provocaciones desde los sótanos de la democracia para hacer músculo. Hay agrupaciones de insurgentes sospechadas de haber sido creadas por agencias de inteligencia para generar provocaciones y así justificar demostraciones de fuerza (La Tablada, Quebracho, etc.).
Para lo que no están preparados los gobiernos es para las revueltas de la clase media. La protesta del 23 de abril pasado ha quedado marcada como un triunfo de la oposición. Produjo una suelta de fondos para las universidades, resultado de esa concentración que pudo juntar más de un millón de personas en CABA, y muchas más en el resto del país. Los gerentes del veto parcial lo recomendaron pensando en aquel antecedente que nació de la misma franja sociológica de los sectores medios que votaron a Milei, entre los que había onda por primera vez con la oposición peronista. Ese entendimiento vergonzante se había alcanzado en alguna votación del Congreso, pero en abril pasado llegó a la calle.
El reloj apura al peronismo
Los vientos de fronda alcanzan también al peronismo. Mientras la oferta explicativa pone la lupa a los movimientos del oficialismo por recuperar el equilibrio en su gestión de gobierno, el peronismo mueve fichas. La cuenta regresiva lo empuja hacia hechos inevitables.
Uno es la necesidad de armar algún comando operativo del partido que tiene la primera minoría en las dos cámaras del Congreso, y que el año pasado cosechó -con la peor candidatura posible- el 44% de los votos. La segunda es el efecto que puede tener sobre el conjunto la suerte judicial de Cristina de Kirchner, jefa del peronismo más grande del país. La justicia avaló el adelanto periodístico, originado obviamente en sus entrañas, de que la Cámara de Casación confirmará una condena en segunda instancia. No faltará un fiscal que, atento al «doble conforme», pida la detención de la expresidenta. Se inicia una nueva etapa que pondrá en aprietos al peronismo.
El llamado de la barra del parque Lezama sobre «Cristina presa» y la réplica de Milei («Señores jueces, teléfono») puede llevar las cosas al extremo, como que Cristina denuncie persecución política ahora por parte del gobierno. La historia aporta antecedentes. El más cruento y lejano en el tiempo es el asilo político. El más cercano, en 2001, tumbó a un gobierno. Carlos Menem fue detenido en junio de 2001 por la causa armas, siendo el dirigente con más poder del PJ. Fue liberado el 20 de noviembre y Fernando de la Rúa duró un mes con Menem libre. ¿Era posible gobernar un país en crisis con el jefe de la principal oposición preso?
Ha sonado la hora de los jueces
La candidatura de Ariel Lijo a la Corte Suprema había sumado un factor de expectativa sobre el futuro por la referencia explícita a que el postulante era una señal en favor del peronismo. Que se haya empastado ese trámite ha liberado conductas y conciencias entre los jueces que han revitalizado su protagonismo. Han sido estrellas dominantes en acontecimientos públicos como la cena de la ONG Poder Ciudadano, en donde hubo más representación judicial y de abogados que de dirigentes políticos.
Lo mismo ocurrió el jueves en Córdoba durante la visita del tridente que domina la Corte Suprema –Rosatti, Rosenkrantz, Maqueda– para celebrar los 30 años de la reforma constitucional. Hubo mayoría de magistrados de varias provincias y pocos políticos. El enfriamiento de Lijo-García Mansilla es un retroceso del poder político sobre la corporación, que lo festeja.
Cristina descubre al PJ
En pocos días, 19 de octubre, cierra la presentación de listas para elegir nueva conducción del PJ Nacional el 17 de noviembre. Cristina de Kirchner ya hizo un movimiento de participación. José Mayans dijo en el bloque de senadores del PJ que Cristina quiere que haya una cumbre de todo el peronismo, jefes territoriales, gobernadores, legisladores, etc., para ordenar la fuerza para las elecciones del año que viene. El formoseño no es vocero de Cristina, pero tiene la chapa de jefe de uno de los bloques.
La herramienta del silencio es la más eficaz para Cristina. No habla con nadie, y los pocos que presumen que la escuchan en confianza, casi no hablan. Lo menos que necesita el peronismo es agregar un motivo de disidencia, algo que asoma poco. Pocos creen en la pelea Máximo-Kicillof, un entuerto que ella arregla de un plumazo. El grupo de Cristina, el infante Máximo y el trío Wado-Mayra Mendoza-Anabel Sagasti (en quien ella ve un retrato de su propia juventud) ha evitado las confrontaciones.
Peronismo sin cabeza
Cristina hace silencio sobre esas elecciones del PJ Nacional. En los hechos, Alberto Fernández sigue siendo el titular del partido. Es técnicamente un «presidente renunciado”. Su resignación debe ser aprobada por un Consejo Nacional que no se ha reunido ni tiene fecha para hacerlo. El comando pasó a los vices.
Cristina habló de una presidenta mujer. Si pide un sínodo, no faltará quien piense que ha querido ser ella misma. Nunca lo pretendió. Sí que fuera Lucía Corpacci, que después de todo es familia (pariente de Alicia Kirchner por su relación con el fallecido dirigente «Bombón» Mercado). Wado de Pedro negó este domingo que haya una lista a presidente del PJ con él a la cabeza. Corpacci se hizo a un costado y lo ha dejado como único candidato a Ricardo Quintela, que el jueves y viernes buscó apoyos en el peronismo de Santa Fe. Se reunió con Agustín Rossi y Germán Martínez y también, en cita aparte, con Felipe Solá, que estaba por esas horas en la provincia.
El riojano tiene los avales para presentarse, no se ha reunido aun con Cristina, pero cabalga con el apoyo de Kicillof. La presencia del gobernador de Buenos Aires es el seguro para que haya una lista que ponga a Quintela a cargo del partido, vigilado por el peronismo de Buenos Aires.
La confluencia de este peronismo con el del interior fue la clave del éxito de Menem-Duhalde en los años ’90. Esa alianza entre los dos peronismos nunca se repitió. El AMBA hegemonizó la conducción del peronismo nacional y se distanció del interior, que nunca ha confiado mucho en el AMBA. El interior no ha querido, después de Menem-Duhalde, volver a darle la mano a Buenos Aires. En 40 años la flor de la dirigencia del AMBA no logró llegar a la presidencia: entre los presidentes que no fueron figuran Cafiero, Duhalde, Ruckauf, Solá, Scioli, Massa, la propia Cristina, que terminó de vice de Alberto, el eslabón más débil de la trifecta gobernante (Cristina, Massa, Alberto).
Transversalidades
Quintela tiene recorridas ya 11 provincias y se dedicará hasta la fecha de inscripción de candidaturas a ir al sur, después de haber ajustado la relación con históricos del PJ como Eduardo Duhalde y José Luis Gioja.
También lo hizo con Maximiliano Pullaro. El gobernador de Santa Fe recibió a Quintela el viernes, que fue acompañado por la senadora Florencia López (viene de ser su vicegobernadora). La charla recorrió todos las tangencialidades a que obligan las relaciones entre la Nación y las provincias. Pullaro agradece el apoyo de la Nación en su gestión de la inseguridad, pero reconoce que quien primero lo asistió fue Kicillof, que le envió equipos policiales a Rosario. “Me daba algo de vergüenza que la ciudad fuera recorrida por patrulleros que decían «Policía de Buenos Aires” -reconoce Pullaro- pero fue lo que más ayudó hasta que pudimos comprar 1.000 móviles para la lucha con los narcos”. Compartieron quejas por el destrato de la Nación. Pullaro dice que ayudó al gobierno en votaciones del Congreso a través de sus legisladores, pero que lo han tratado tan mal como a Quintela, que está en la oposición frontal.
No hay 2027 sin 2025
La semana anterior, Máximo -jefe del PJ en Buenos Aires- puso en duda que el 17 de noviembre haya elecciones adelantadas. Debió convocarlas el 17 de setiembre, 60 días antes. Implicaba el recorte de un año de los mandatos que rigen hasta el año que viene. Se expone, si insiste en que alguien lo lleve de nuevo a la justicia. Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría, ya llegó a la Corte con la impugnación del actual mandato del infante. Se alista a repetir la demanda si hay elecciones provinciales.
El dominio de Cristina es total en el distrito. Así como puede controlar que haya o no elecciones, logra apoyos simbólicos que lo prueban. En las horas previas a su declaración en la justicia por el atentado de los «copitos», Óscar Parrilli pidió a los 85 intendentes del peronismo bonaerense que firmaran una solicitada en su apoyo. Lo hicieron 84 con la sola excepción de Gray.
El destino del PJ entra en turbulencia por el reloj. Axel no tiene reelección y va a jugar a todo o nada para ser candidato a presidente de la Nación en 2027. Cristina, dueña del distrito, sueña con alguien de la casa, por decir Wado-Mayra. En el medio está 2025. ¿Hay 2027 sin el 2025? La necesidad empuja a Cristina al ruedo –la falta de fueros, la necesidad de un jefe en donde hay una cooperativa, detrás de la cual muchos siguen viendo a Martín Insaurralde-.
Los grandes contra los chiquitos
El distrito depende de minucias como la mini reforma electoral que trata de cerrar este martes la Cámara de Diputados. Se vota Boleta Única Papel, pero con condimentos. El peronismo la rechaza. La oposición discute si debe habilitar la chance de que el elector pueda marcar la lista completa sin tildar candidatos. Los partidos grandes quieren que exista esa posibilidad. Los partidos provinciales temen que eso favorezca el arrastre de los grandes y no quieren que salga.
El peronismo de Buenos Aires, pasivo ante la realidad de que la reforma saldrá pese a su voto negativo, festeja que haya BUP, que impone dos urnas y desengancha la elección provincial de la nacional. Confían en que los candidatos locales no sean arrastrados por una marca nacional, como podría ser Milei si conserva prestigio hasta el año que viene. Habría dos urnas en cada mesa, y creen que la experiencia en CABA con las dos urnas probó que no hay arrastre entre lo nacional y lo provincial si hay urnas separadas. Con tres dictámenes por lo menos, el final de la aprobación del martes es incierto.
Un llamado al cuentapropismo
La singularidad de este debate es que los partidos no tienen una política unificada para defender el interés de la marca nacional, en unas elecciones que en realidad son 24, en 24 distritos diferentes. La Libertad Avanza es un grupo de whatsapp sin rumbo ni jefatura, lo manejan desde Olivos y votan a la carta y según el clima del día; y hay por lo menos dos PRO y dos UCR. Un llamado al cuentapropismo.
Los legisladores que tiene que aprobar la reforma advierten que es la oportunidad para lograr un sistema que les permita reelegir sin tener en cuenta lo que piensan las cúpulas nacionales. En 2025 vencen los mandatos de la mayoría de los diputados y senadores que manejan las cámaras, como Juan Carlos Romero y Martín Lousteau, en el Senado, y en Diputados Diego Santilli, María Eugenia Vidal del PRO; Rodrigo de Loredo de la UCR; Ricardo López Murphy, Emilio Monzó, Florencio Randazzo y Oscar Agost Carreño de Encuentro Federal; Juan Manuel López de la Coalición y José Luis Espert del oficialismo, entre otros.