Bajo el rayo del mediodía, justo en el recambio del turno mañana y el turno tarde, se arma revuelo frente al Pica –el apodo cariñoso de la comunidad para el jardín «Pablo Picasso”, ubicado en el barrio de Saavedra--, donde decenas de familias exigen, con la melodía pegadiza de una canción, que sus hijos e hijas tengan luz para poder aprender.
Hace treinta días que las aulas coloridas del Pica están en la oscuridad. Los niños, casi desde la intuición, ponen de manifiesto su miedo: en la infancia ningún lugar oscuro es un lugar seguro. A otros, les duele la cabeza de tanto forzar la vista para seguir la clase. Es un gallito ciego al que hay que jugar por obligación (o por desidia).
La intervención es familiar: mamás con niños a upa, otros a caballito del padre, abuelas que sostienen la mochila con los dibujitos y abuelos con carteles. Un grupo de madres saca del bolso tijera y ovillo y, mientras montan la escenografía del acto también tejen los lazos de una comunidad que lucha desde la alegría.
Para los carteles, hubo una comisión especial que se encargó de poner las manos en las témperas, igual que para el afiche de tarea. Una madre sostiene con una mano la de su hijo y con la otra una pancarta que reza: «Luz para una escuela dejada en la sombra». Más atrás se llega a leer «Estamos en emergencia edilicia», en manos de una niña a caballito de su padre. Bien alto desde la puerta del jardín un padre extiende el texto: «Sin luz no se ven los colores».
«Uy uy uy aguacerito / Por qué me quieres mojar / Yo quiero ir a mi jardín / La seño me va a esperar / Si no hay luz y entra el agua / No voy a poder jugar / Hay que cuidar al Picasso, lo quiero y es mi lugar», cantan las familias acompañadas por las melodías que interpretan, en guitarra, bombo, flauta y violín, algunos padres y madres ya conocidos como La Banda del Pica.
¡Alto ahí!, ¿qué pasa? El aguacerito dice que se pongan las antiparras porque entra mucha agua al jardín y hay que nadar
Al canto del megáfono, los niños se ponen las gafas, reales o imaginarias, y simulan bucear en una pileta. Es que el jardín tiene, ya hace tiempo, filtraciones de agua por falta de reparaciones. Son años de reclamos sin respuesta: el agua daña el tendido eléctrico y el edificio precisa con urgencia una acción de infraestructura.
¡Alto ahí!, ¿qué pasa? El aguacerito dice que prendan sus linternas porque se cortó la luz, que ahora iluminemos todxs juntxs al jardín para que nos vean y vengan a arreglarlo
Se prenden las linternas de los celulares, las mismas que deben usar las maestras para dar clase desde el 12 de marzo por falta de suministro eléctrico en 4 de las 5 salas. La falta de electricidad también impide climatizarlas para frío o calor. El jardín depende de los aires acondicionados comprados por las familias a través de la cooperadora para calefaccionar porque hace años tampoco hay caldera. Pero los aparatos funcionan con electricidad…
¡Alto ahí!, ¿qué pasa? El aguacerito dice que ahora aplaudamos para que nos escuchen y sepan que queremos mucho a nuestro jardín y queremos cuidarlo
«Es una tristeza que los chicos no tengan condiciones dignas para poder estudiar. Hoy en día se está discutiendo si es obligatoria o no la educación, si los niños tienen o no ese derecho. ¿Por qué no damos por sentado que si se rompe algo en una escuela enseguida se venga a arreglar? Uno no tiene rota su casa o estaría 30 días sin luz. Bueno, esta es la casa de nuestros hijos, donde se tienen que sentir seguros para poder desarrollarse«, cuenta Rosario, mamá de Xul, de sala de 5.
Hace un tiempo, eligió el Pica por la comunidad: «Me recomendaron esta escuela porque tiene una comunidad muy pujante y a mí me parece que la crianza es mucho más interesante cuando es en red». Las madres y padres de «la Coope del Pica», que Rosario también integra, son quienes acompañan y empujan los reclamos, los que compran y hacen los arreglos que debería hacer el Estado.
Rosario reconoce que el tiempo para dedicarse a las problemáticas escolares es un privilegio y se pregunta por la situación de otras escuelas en las que las familias no tienen la disponibilidad física y mental y también están siendo abandonadas por el aparato estatal.
Gabriela, mamá de sala de 5 y tesorera de la Coope, lleva tres años en el jardín. También lo eligió por las referencias sobre la comunidad: «Hay mucha presencia, la remamos, tenemos capacidad para organizarnos muy rápidamente».
Sobre el reclamo, cuenta que desde el Área de Infraestructura del Ministerio de Educación –hoy reducido a secretaría– no terminan de definir una solución estructural. «Tenemos las respuestas del área de mantenimiento, que es necesario, pero son soluciones paliativas», señala.
Este miércoles fueron convocados a una reunión pero, otra vez, no se presentaron las autoridades responsables, sino el sector de mantenimiento. «Es una falta de respeto. Estamos poniendo el cuerpo hace un montón de días, trabajando de noche para compensar lo que no estamos haciendo a la tarde, y hoy venimos corriendo a una reunión que creíamos definitiva y que no fue. Si con todo este ruido conseguimos una falsa reunión, ¿qué va a pasar si no seguimos?», se pregunta.
Al terminar la intervención, algunos padres dejan a sus niños para entrar a clases y otros se los llevan de vuelta a casa. A pesar de que el reclamo sigue vigente, un clima de lucha festiva se siente en el aire, el triunfo de la cooperación. Con menos gente, las baldosas del jardín se despejan y se deja ver una rayuela multicolor: una nena va desde las montañas hasta el cielo, un salto a la vez.
Informe: Carla Spinelli