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Mag es griega, hija de padre griego y madre uruguaya, pero vive en Argentina. Mantuvo una relación de cinco años con quien decidió apostar a la convivencia, pero antes de mudarse se dio cuenta de que aquel sueño por el que había trabajado toda su vida, que no era ni más ni menos que el de la casa propia, no iba a suceder si se iba a vivir a la casa de quien era su novio. Y como sucede a veces en estos casos, en ese replantearse la mudanza surgió también el replanteo de su relación. Su cabeza le decía que a los 29 años, si dejaba a su novio, nadie iba a querer casarse con ella, porque ya estaba grande. Pero, incluso sin imaginarse que cupido tenía otros planes para ella, decidió callar su mente, hacer caso al corazón y separarse.
Había vivido en Recoleta, pero encontró el departamento del que se enamoró a primera vista en el barrio de Almagro, en un primer piso.
En el mismo edificio Pablo alquilaba el noveno y último piso a un amigo. Separado con 44 años y dos hijos adolescentes, lo último en lo que pensaba era en una relación, estaba descreído del amor y de las mujeres.
“Era el vecino musculoso, nuestro Bruce Willis”
Pablo andaba en moto y Mag, desde su balcón, lo veía salir, “era el vecino musculoso, grande y pelado, salía con la campera de cuero por el garage, lo veíamos salir con mis amigas desde el balcón, era nuestro Bruce Willis. Yo lo miraba como qué lindo vecino y nada más, estaba en el periodo de que necesitaba salir a bailar, estar soltera”, cuenta Mag que admite que su departamento era como el bunker donde todas sus amigas se juntaban y ella las deleitaba con comida vegetariana de primer nivel.
Como vecinos se cruzaban en el ascensor, en la esquina del supermercado, se miraban, sonreían. “Él se había separado hacía cuatro años y tenía dos hijos grandes pero yo no tenía ni idea, solo sabía que vivía solo y lo veía entrar con una chica distinta cada día, veía el desfile, siempre nos cruzábamos en la puerta y lo veía con una chica diferente”, cuenta Mag.
Un sábado a la noche ella volvió tarde de una fiesta de la colectividad griega, al día siguiente se levantó rápido porque escuchó al perro rascar la puerta porque necesitaba salir. Mag sabía que su perro no aguantaba mucho, entonces de un salto de la cama se puso las pantuflas, un buzo y salió a la vereda. Ni se imaginó que Pablo podría estar un domingo a la mañana desarmando y arreglando su moto en la puerta del edificio. “Aquiles mi perro hace pis y el Pablo lo llama, el perro va a saludarlo moviendo la cola y yo tapándome la cara con la capucha, me moría de vergüenza y miraba el piso, no sabía ni que aliento tenía que seguramente era de fernet y él me daba charla”, recuerda entre risas Mag. Le contó que iba a ir a comprar tierra para una huerta que se quería armar en el balcón. Él le ofreció llevarla en la moto, Mag enseguida se imaginó cayendo de la moto con la bolsa de tierra y no aceptó. Pero le hizo una contraoferta, ir a pie.
Al volver de la compra Pablo la acompañó a la puerta de su departamento, entró y se quedó charlando. Antes de irse le pidió su número de teléfono y le propuso salir a correr juntos.
Empezaron un ida y vuelta con el celular y a compartir cosas juntos, es que los dos hacían las mismas cosas: corrían por el mismo lugar, comían de la misma manera, hacían cosas muy similares.
Mag no quería saber nada más allá de un trato de vecinos, es que se cruzaban todos los días y la historia podía salir mal y ser incómodo. Él insistía sin mucho éxito hasta que se cansó y dejó de escribirle.
Pero el fin de semana largo del 12 de octubre, Mag se fue con sus amigas a Pinamar y al regresar recibió un mensaje de Pablo invitándola a cenar, considerando que su heladera estaba vacía luego de los días de ausencia aceptó la invitación, de todos modos al otro día era lunes y había que volver a trabajar, hasta muy tarde no se iba a quedar.
Cuando llegó se encontró con lo que describe como “una cena vegetariana espectacular que la enamoró”. El menú incluía una ensalada de rúcula, pera y roquefort y otra de morrones salteada con banana. Entre cervezas que iban y venían comenzaron a hablar de música, para la sorpresa de Pablo compartían el mismo gusto por el heavy metal de los `70, algo que lo sorprendió de una mujer quince años menor. Empezaron a buscar en internet diferentes bandas y se hicieron las tres de la mañana.
Mag nunca había tenido una relación casual y sentía cierta curiosidad por la posibilidad de estar con un hombre sin amor de por medio, en una relación solo física de una noche, sentía que era algo que tenía que hacer antes de comprometerse para toda la vida con una pareja. Así que cuando se fue y se despidió en la puerta no dudó en dar cauce al beso apasionado que se le presentó: cuando Mag se despidió Pablo la envolvió con sus brazos, la agarró a upa y no la soltó.
Sin previo aviso, un australiano enamorado viajó a buscar a Mag
Mag nunca había experimentado el pasar la noche con alguien que no le importara desde el amor, “no había experimentado mi sexualidad desde el otro lado, estaba entrando en los 30 y me sentía más potente, más fuerte y confiada. Y él estaba re fuerte, es un espectáculo, me derretía y dije bueno, esto puede ser”, admite Mag. Pero lo que la sorprendió es que al final no fue un hombre de una noche sino que se convirtió en el hombres de todas sus noches. Ambos salían de trabajar a las 15hs y volvían a su edificio ansiosos por verse, el primero que llegaba preparaba el jacuzzi de la terraza que ningún vecino más que ellos usaba y charlaban sin parar.
Fueron tres meses intensos, donde no querían separarse, donde un pretendiente australiano de Mag viajó sin previo aviso para buscarla, “yo le conté a Pablo esto, tenía una necesidad de ser cordial con esta persona que me estaba viniendo a buscar de una forma muy impulsiva, lo fui a buscar a Ezeiza y Pablo se quedó toda la noche en el balcón esperando a ver a qué hora llegaba. Teníamos una relación muy sincera y honesta, no existía el no ser uno, no era opción, ninguno sintió la necesidad de encubrir nada”, explica Mag.
Pablo sabía que el australiano podía darle a Mag lo que él no: una estabilidad económica, casamiento e hijos. No quería separarse de ella pero no le podía pedir que se adaptara a la vida que él quería y renuncie a la que ella soñaba. “Pero yo estaba definida, me iba a quedar con Pablo me diese lo que me diese porque era la persona que yo quería, el resto es decorado. Pero un día Pablo hizo un clic, me dijo que estaba para darlo todo, se comprometió a la pareja, no quería dejar ventanas abiertas ni puertas entrecerradas”, cuenta Mag.
En ese tiempo Pablo abrió su corazón: a su hermano le dispararon en la pierna para robarle la moto y el susto le permitió ser honesto, su hermano mayor había muerto hacía tres meses de un infarto múltiple, “fue un quiebre muy fuerte donde él se abrió emocionalmente y entendió que quería compartir la vida conmigo”, dice Mag.
A los tres meses a Pablo se le venció el contrato de alquiler sin posibilidad de renovación, Mag no lo dudó ni un segundo: le propuso irse a vivir con ella, no tenía ganas de llevar adelante un noviazgo con bolso en mano de acá para allá. “En el momento en que cruzó la puerta con la primera valija entendimos que esto era para siempre, dejamos en claro que no había que dejar entrar a nadie en nuestra pareja. Esa relación que teníamos de hacer lo que queríamos con quien quisiéramos fue lo que nos dio la seguridad de que no queríamos nada en ningún lado. Siempre hubo diálogo y claridad, vamos juntos con la misma ola”, se emociona Mag al hablar de su relación.
Pablo cambió el teléfono, tiró el chip que tenía, desapareció de la vida que llevaba y cambió de gimnasio, ya no quería llevar una mujer distinta a su casa cada día porque solo quería estar con Mag.
En la colectividad de Mag no son muchos y son muy unidos, son su familia, y a pesar de que Pablo no es griego lo aceptaron en cuanto lo conocieron y descubrieron su gran corazón.
A los tres años la vida los sorprendió con la llegada de Nauma para agrandar la familia. Hoy Mag y Pablo se saludan con la misma intensidad que en aquel primer beso, “entendemos que la oxitocina matutina es muy importante y tenemos como cláusula que todas las mañanas nos tenemos que dar un abrazo de 20 o 30 segundos”.