No nos matan de a una aunque lo hagan de a una. Nos matan de a miles, todos los días, cada día nos matan.
“Ni una menos” es la expresión que hace nueve años constituyó –una vez más- a la multitud feminista como sujeto político y la ubicó en un campo de batalla. Es una batalla por el derecho a estar vivas, y por dar nombre a una matanza que sucede desde hace siglos. “Feminicidio”, entonces, es la palabra que especifica que el acto de matarnos no es un asesinato cualquiera ni un crimen pasional. Es un acto de exterminio que se inscribe en una política de exterminio, es un genocidio que recorre tiempos y geografías. Es un crimen de lesa humanidad contra cada mujer y contra todas las mujeres, despojadas del derecho a vivir nuestras vidas. Decimos “feminicidio” para insistir en que el Estado es responsable de propiciar o habilitar impunidad.
En este país nuestro en el que “lesbicida” puede ser sinónimo de “libertario”, tenemos que volver a explicar algunas cosas todo lo que sea necesario. Nombrar, dar nombre a una política de exterminio es parte de la batalla, nombrar es uno de los modos de discutir las lógicas naturalizadas que encierran las palabras y los silencios, porque también algunas palabras y algunos silencios son dispositivos de invisibilización. “Ni una menos” significa que las mujeres tenemos derecho a estar vivas, y que ese derecho no es una prerrogativa ni una concesión de los hombres. “Ni una menos” significa que ya no son los varones los que nos explican cómo son las cosas, y establece una posición: enunciar la propia soberanía.
El feminismo ha sido, es, sigue siendo, un viaje de iniciación para las mujeres. Es un viaje colectivo fenomenal, corpóreo y carnal, no te deja indemne, ni igual. Un viaje de iniciación es el viaje motorizado por una huida o una búsqueda emancipatoria. Los feminismos son también la batalla por hacer ingresar al término “mujeres” experiencias diversas y heterogéneas. La conquista por hacer del género “mujeres” un lugar para todas las que allí nos reconocemos está interminada. Nadie llega a “ser mujer” sola, sin las otras ¿Qué dispositivos permiten que pertenezca y me reconozca en el género históricamente jerarquizado o bien subordinado? ¿De qué teorías, saberes y prejuicios me valgo para que me sea posible invisibilizarlo? ¿Es el poder estabilizado, conservador, hegemónico y hegemonizante el que guiará y comandará mis identificaciones y el campo de lo posible para asumir mi identidad y para vincularme con les demás? ¿O será alguna otra cosa? El feminismo es lo que hace siglos viene poniendo en cuestión al poder como punto de vista.
Hubo una vez –larguísima vez– en la que los hombres podían disponer de territorios: espacio, dinero, propiedad y derechos. Y las mujeres, en el mejor de los casos, podíamos disponer de marido. Ese fue durante siglos el mayor territorio a aspirar, un territorio definido por muy precisas reglas.
La emancipación feminista es, entre tantas cosas, una redefinición del espacio interno y externo, del centro y de la periferia, de fronteras e interioridades. Estamos disputando modos de habitar, no de poseer.
El patriarcado, que es un sistema de regulación y gobierno de nuestras vidas y de adjudicación de sentidos, en manos de varones (sus hijos sanos) hoy, en la Argentina, se carga la vida de una mujer cada 31 horas.
“Ni una menos” es el movimiento feminista decidido a escribir la historia, a escribir que la historia puede ser otra. Que una mujer pueda firmar esta nota es un acto que encierra (¿o será que libera?), en esa sola pluma capaz de apoyarse en un papel e imprimirse en un diario, la lucha de todas.