miércoles, 20 agosto, 2025
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La Casa Blanca, la UFC y la historia de la violencia sin reglas

El próximo 4 de julio, cuando se cumplan 250 años de la Independencia de Estados Unidos, el festejo ofrecerá un evento que llevará la brutalidad a la escena política sin ninguna sutileza: ese día, en la Casa Blanca, se desarrollará un combate de la Ultimate Fighting Championship (UFC), la empresa que organiza las violentas veladas de artes marciales mixtas. El presidente Donald Trump lo soñó y su deseo será realidad de la mano de un viejo amigo suyo, Dana White, el presidente y CEO de la UFC. El mismo White fue quien lo confirmó. “Definitivamente va a suceder”, fue su reciente anuncio a The Associated Press.

Trump hizo conocer sus intenciones el mes pasado: dijo que quería recibir una velada organizada por la empresa de White en los terrenos de la Casa Blanca con más de 20 mil espectadores. Y todo parece encaminado: según la agencia de noticias estadounidense, el directivo tenía previsto viajar a Washington el 28 de agosto para reunirse con Trump y su hija, Ivanka, a fin de ponerse al día y discutir la logística de la cartelera para celebrar el histórico aniversario.

La escena imaginada es todo un espectáculo. La residencia que ha albergado a los presidentes de Estados Unidos desde hace más de dos siglos y que simboliza uno de los poderes más grandes del mundo siendo hogar de la jaula de combate humano. El evento supone una correspondencia material y simbólica: no es más que una continuidad, en la literalidad más visible, de una violencia que caracteriza las políticas llevadas adelante por Donald Trump, el principal impulsor de esta velada celebratoria. Que la arena donde se despliega la acción sea la Casa Blanca es simplemente un encastre perfecto. Pero la cita es también la retroalimentación de un negocio: el anuncio, que se produce un día después de que Paramount adquiriera los derechos exclusivos para retransmitir la UFC en Estados Unidos por 7.700 millones de dólares, forma parte de una conveniente amistad entre White y Trump.

La relación entre el directivo de la empresa de artes marciales mixtas (MMA, por sus siglas en inglés) y el magnate devenido en líder de la ultraderecha mundial comenzó en 2001, cuando el millonario le abrió las puertas a la UFC para la realización de una pelea en su antiguo casino-hotel en Atlantic City, Nueva Jersey. Nadie quería, por aquellos años, recibir a la disciplina. El senador de Arizona John McCain -republicano, fanático del boxeo y quien fuera candidato a presidente versus Barack Obama en 2008- la había definido como una «pelea de gallos humana» en 1996 y esas palabras, que eran una síntesis del sentir político y socialmente generalizado sobre las MMA, calaron hondo en su imagen y la llevaron al ostracismo. La disciplina fue prohibida en 36 de los 50 estados, era una odisea conseguir sponsors para la UFC y nadie quería siquiera transmitirla. Aquel momento fue paradigmático y hasta se cambiaron algunas reglas, dado que también era esquiva la autorización de los entes de regulación deportiva para la realización de sus eventos; hasta ese momento, solo había dos prohibiciones: morder y sacarle los ojos al rival. Ese fue el contexto en el que que Trump decidió recibirlos en sus recintos. Fue el primer empresario en arriesgarse con la promoción y permitió que la organización presidida por White presentara las históricas veladas 30 y 31 de la UFC en el que entonces era el Trump Taj Mahal Casino Resort.

“En 2001, mis socios y yo compramos la UFC, que se consideraba básicamente un deporte sangriento», dijo White durante su discurso en la Convención Nacional Republicana de 2016, en la que los delegados del partido oficializaron la candidatura de Trump para las elecciones presidenciales de ese año. «Las comisiones deportivas estatales no nos apoyaron, estadios de todo el mundo se negaron a albergar nuestros eventos -agregó-. Nadie nos tomó en serio. Nadie, excepto Donald Trump. Donald fue el primero que reconoció el potencial que vimos en la UFC y nos animó a desarrollar nuestro negocio. Organizó nuestros dos primeros eventos en su sede. Trató con nosotros personalmente. Estuvo en las trincheras con nosotros y llegó a un acuerdo que benefició a todos. Él es ese tipo. Siempre está ahí“.

Aquel abrazo empresarial de Trump a una UFC marginada fue significativo y fundamental en la historia -y supervivencia- de estas peleas, llamadas “extremas” o “definitivas”, en Estados Unidos. El empresario millonario ya se había valido del boxeo para construir su figura pública: el magnate, que organizó importantes peleas en sus hoteles, fue una pieza clave para convertir a Atlantic City -conocida como “Las Vegas de la Costa Este”- en una de las más importantes sedes del boxeo durante los ‘80. Mike Tyson hizo cuatro defensas de su título mundial allí, incluida la esperada pelea contra Michael Spinks, y era común ver a Trump en las veladas junto al histórico promotor pugilístico Don King. “Un hombre cuyo éxito en los negocios personifica el sueño americano“, lo introdujo alguna vez el mítico Michael Buffer, una voz popular y querida presentándolo elogioso ante la sociedad. Dos décadas después, a principios del nuevo milenio, Trump olfateó un porvenir exitoso en la apartada y sombría UFC de esos días. No se equivocó: los hermanos Lorenzo y Frank Fertitta compraron la compañía en 2001 por dos millones de dólares; hoy, menos de un cuarto de siglo después, está valuada en más de 12 mil millones y es considerada la principal organización de artes marciales mixtas del mundo y ”una de las pocas propiedades deportivas verdaderamente globales, con una programación que llega a casi 950 millones de hogares televisivos y digitales en más de 210 países y territorios en 50 idiomas“, según su web oficial.

Aquel gesto del millonario neoyorquino parece haberse ganado la lealtad eterna de parte de su amigo White. El presidente y CEO de la UFC fue orador estrella en las convenciones republicanas de 2016, 2020 y 2024 y también en la fiesta de la victoria tras las elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca nuevamente, en noviembre pasado. En la agresividad que rodea y se estelariza en la jaula octogonal de los combates promovidos por la organización de su amigo, Trump se siente a gusto. El presidente parece disfrutar del ambiente que se respira allí, un reducto de machismo y celebración de la violencia donde pululan figuras y discursos con ideologías compartidas con el líder republicano. “Hay un declarado adulador de Hitler en sus filas, un peleador que entrena a agentes del FBI y el servicio secreto, uno que niega al movimiento Black Lives Matter, otros que se agrupan en torneos bajo el título Luchadores contra el Socialismo o apoyan todavía con simpatía la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021. Sus exponentes más reaccionarios parecen sacados de una película sobre el macartismo en la década del ’50“, escribió el periodista Gustavo Veiga en un artículo publicado en este diario que describe a algunos de los protagonistas de la disciplina.

Allí, Trump se mueve como pez en el agua. En una noche de combate de la UFC, de hecho, hizo su primera aparición pública el año pasado tras convertirse en el primer expresidente estadounidense en ser condenado por delitos graves luego de que un jurado de Nueva York lo declarara culpable de 34 cargos en un plan para influir ilegalmente en las elecciones de 2016. Habitué de sus veladas, asistió por última vez el 7 de junio pasado, apenas horas después de firmar la orden para el despliegue de dos mil efectivos de la Guardia Nacional en Los Ángeles tras las redadas de inmigración que provocaron protestas masivas. Fue recibido con una ovación. Kayla Harrison, quien se consagró campeona de la UFC esa noche, lo abrazó, le dio un beso en la mejilla y le puso el cinturón consagratorio alrededor de la cintura.

Pero la UFC es mucho más que el refugio de Trump. El universo que nuclea y que tiene “la base de fanáticos más joven entre las principales organizaciones deportivas profesionales de Estados Unidos, con una edad promedio de 40 años y una audiencia compuesta por un 40% de millennials“ -según informaba la web oficial de la UFC en 2018-, es uno de los espacios que hizo visible a Trump y le abrió el camino en la manósfera, esa cultura machista y reaccionaria con fuerte arraigo en las nuevas tecnologías y redes sociales y de cada vez mayor peso en las narrativas y estéticas de la derecha global. El llamado ”voto testosterona“ y la denominada ”bro-ligarquía tech“ -que describe la influencia y el poder de la hermanada clase de multimillonarios tecnológicos-, de hecho, han sido y son pilares fundamentales en la construcción de poder del proyecto ultraderechista del presidente estadounidense. La UFC le ha dado a Trump acceso privilegiado a esos universos, que se fueron gestando a la par de sus 25 años de amistad con White, un vínculo que nació gracias a esos combates extremos que se presumían sin reglas ni restricciones. La violencia al poder, como fondo y figura, como metáfora y literalidad, en la Casa Blanca y en la jaula octogonal, sellará el año próximo solo un episodio más de esta historia.

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