No, no sabés. No estuvieron en los innumerables articulados que memorizaste las letras del amor. Tampoco del dolor supieron tus disposiciones y sentencias. Los pasillos del juzgado desconocen sentirse roto, conocer la torcedura de un corazón niño queriendo jugar al elástico. No, vos no sabés. Lejos de tus normas, de los relojes de arena, hay una joven que se siente apresada en su cuerpo y llora en el silencio amargo de un bigote que le atropella la cara. A siglos de tu atraso de salmos que destiñen, hay un crimen de odio que ayer silenció un titular, están las golpeadas a fuerza de manadas insensatas y los llantos escondidos en roperos insensibles. No sabés de la empatía, ni siquiera de la historia de una diversidad que existió incluso allí donde tus libros de historia insisten con relatos blancos e incompletos.
Acá mi niño diferente se para en su escritorio de escuela y te repudia, gira como la mujer maravilla y te grita en la cara que tu torpeza es criminal y peligrosa. Acá mi adolescente en sus búsquedas de discos y camisas se suelta el pelo y te arrasa de gozo, de ganas, de intentos, te inunda de lágrimas que tuvo y te chorrea de sudor de correr y de transpirar el amor. Acá el adulto que soy se enaltece de orgullo, crece en su pecho la familia poderosa que sembró en años y cosecha a diario y te explica el peligro que se esconde en tus palabras odiantes. Te explica del amor que tus libros olvidaron y también de la responsabilidad que traen los sitios que ocupamos. Te vuelvo a gritar, a sudar, a decir y a explicar. Porque no, no sabés.