Un rato en las redes sociales como Instagram o Tik Tok y uno se va sintiendo mal, en falta.
Esto sucede sobre todo cuando el perspicaz algoritmo descubre que nos interesan las cuestiones ligadas a la salud y la calidad de vida, en su más amplio sentido. Es entonces que las aplicaciones nos llenan de reels de profesionales o no profesionales de los más diversos gremios afines que nos informan lo mucho que deberíamos hacer o no hacer para ser sanos y felices.
Dietas, ejercicios, actitudes mentales… se ofrecen con la mejor intención y, en muchas ocasiones, con observaciones realmente útiles, pero paradojalmente el resultado anímico final tras el paseo por los reels es muchas veces de una cierta angustia, de esa que se siente cuando nos percibimos “fuera de juego” si comparamos lo propio con las múltiples propuestas que se nos presentan.
La idea de generar impacto promueve que los mensajes de los comunicadores de dichas redes tengan un énfasis y una convicción que apabulla. La maravilla del magnesio, abdominales ya, actitudes emocionales virtuosas, consejos para que el matrimonio no se arruine, lo que hay que comer antes de dormir, lo malo que es hacer ciertas cosas, ingerir ciertos alimentos o tener ciertas actitudes que nos hacen infelices… y así todo.
Repetimos: habitualmente son buenos consejos, más allá de que a muchos convendría confirmarlos con profesionales de confianza. Pero acá a lo que apuntamos es al resultado emocional final de la visualización continuada de propuestas para una calidad de vida que, siempre, demuestran que estamos lejos de ir por el buen camino hacia la salud y la felicidad.
Algunos dirán que la sensación de estar en falta que muchos sienten tras su paso por las redes sociales es fruto, justamente, de mirar demasiados reels y posteos que saturan la atención. Es un buen punto. No es un dato menor que el efecto emocional negativo se produzca tras un exceso de mirar a personas que ostentan su estar bien, mientras ofrecen su ejemplo para que salgamos de nuestro estado que, obviamente, no es tan bueno como el de ellos.
Digamos también que la propuesta implícita en esta saturación de informaciones para alcanzar cierta “perfección” recuerda lo que el autor Russ Harris llamó “la trampa de la felicidad”. La misma consiste en creer que hay un lugar perfecto al que, obviamente, nunca llegamos por culpa propia, y uno imperfecto, en el cual existimos y del cual debiéramos salir lo antes posible por lo defectuoso que es.
Este autor dice, con sabiduría, que la felicidad no es un estado natural, ni es sinónimo de placer ni tampoco su ausencia se debe a que somos “defectuosos” por sufrir tristezas, caídas, confusiones, “imperfecciones” corporales u oscuridades.
A su vez, si de felicidad hablamos, viene bien recordar el siguiente párrafo de Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo creador de la Logoterapia, que dice: “La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida”.
¿Cuáles serían esas “otras cosas” a las que alude Frankl? Posiblemente sean algo más interesante que tratar de atrapar mariposas o felicidades. Lo que sí damos por seguro es que esas “cosas” están lejos de nuestro ombligo. O, al menos, no lo tienen como centro del universo. Valore el lector algo que ame, algo que le guste, algo que lo entusiasme, algo que lo dignifique y ofrezca sentido o que le permita sentir un poco de paz olvidándose un rato de sí mismo… y de repente verá con sorpresa que tiene una mariposa posada sobre el hombro.
Ya que estamos en la línea de citar frases, vamos también por aquella del libro de sabiduría china llamado I Ching, que dice que “la mejor manera de combatir el mal, es un enérgico progreso en el sentido del bien”. Demasiado énfasis en “combatir” la gordura, el sedentarismo, la hipertensión, las emociones negativas, las estrías o los problemas de la pareja. Eso vale por cierto, pero se transforma en un boomerang cuando no honramos lo que de “bien” existe en nuestro presente, por más que no sea fácil verlo en ocasiones.
Así las cosas, no es mala idea promover la buena vida, que es la real (con todos sus ingredientes, inclusive los difíciles), no la ideal, y no cambiar aquella vieja culpa de antaño por otra moderna, que nos señala con el dedo por no seguir los “mandamientos” para acceder a una utopía inexistente.
Siempre se ha dicho que hay que cambiar al mundo (y a nosotros, como parte de ese mundo), pero quizás sea hora de, más que cambiarlo, ofrecerle un poco de amor y una mirada generosa, que con eso lo demás, felicidad incluida, vendrá por añadidura.
*Psicólogo especialista en vínculos.