Antes de que exista la Avenida Alvear o Melián, antes de que el Parque Los Andes fuera una plaza y los Bosques de Palermo fueran siquiera un proyecto, Plaza de Mayo y sus alrededores vivían épocas de esplendor. Edificios monumentales, cúpulas y vitrales, casas quinta y palacios eran parte del tejido de San Telmo, Monserrat, Constitución y Barracas: el epicentro de una Argentina joven y pujante. Esa ciudad del Sur, la Buenos Aires previa a la fiebre amarilla, es la que todavía se adivina en sus construcciones. Lejos de la gentrificación de Palermo o Chacarita, hay una ciudad más bohemia que ofrece su encanto a los que se animan a explorarla y correrse un poquito a los márgenes. Entre conventillos, mercados de antigüedades y comercios, se encuentran algunas de las casas más únicas que visitamos. Construcciones que ni siquiera con todo el presupuesto del mundo se conseguirían en otro lugar. Acá, un recorrido por algunas de las casas únicas que solo se encuentran al Sur de la ciudad.
Vergel Inesperado
Hacia finales del siglo XIX, Barracas era un barrio plagado quintas de veraneo con grandes jardines e interiores lujosos. De esa época data esta casona, que atraviesa la manzana de lado a lado y tiene un inusual jardín de 50 metros de fondo. Espacio ideal para su dueño, un nadador de aguas abiertas, el jardín abandonado se renovó con un quincho y una pileta de 25 metros. En el interior, los colores se combinan con audacia y mucha personalidad de la mano de obras de arte y piezas únicas de anticuarios.
Los mosaicos de fines de siglo XIX inspiraron la paleta verde agua y rosa de los patios de la planta baja. Las altísimas galerías, con bovedilla de ladrillos, se ambientaron con cortinas traslúcidas, faroles de barco y un tradicional juego de sillones de mimbre.
Rosando el kitsch, una banqueta y sillón barroco se combinan con un entelado inglés en el living. Objetos únicos de distinto origen, obras de arte y artesanías encuentran su lugar en este palacio criollo.
Un largo fondo, tres palmeras y un tanque australiano en desuso fueron la base para rediseñar el jardín. Por su pasión y necesidad de entrenar, el dueño de casa y su pareja hicieron este “carril de nado”. El quincho se construyó con los clásicos parámetros del norte argentino: techos a dos aguas bien bajos y estructura de madera.
“Empecé con el rosa de la pared. El primer intento fue con uno que tiraba más al coral. Como el departamento es muy luminoso, de día se veía genial, pero de noche, bajo la luz eléctrica, se ponía naranja”, confiesa la diseñadora Rosa Benedit. Hace más de veinte años que llegó al departamento de San Telmo en el que vive con sus hijas, pero el aspecto que hoy tiene es parte de su última reforma.
«Primero vino el tono de la pared, que logré después de tres ensayos. De ahí surgió la decisión de que todos los marcos fueran negros; luego, la elección de los tapizados.»
Rosa Benedit, diseñadora y dueña de casa
A pesar de lo espontáneo y fresco que parece el espacio, hay un gran trabajo de fondo lleno de exploración y búsqueda. Diseñadora de indumentaria y referente de estilo, hija del reconocido artista Luis Benedit y hermana de Julián Prebisch, la creatividad y el talento artístico corren por las venas de Rosa. y eso se nota apenas cruzar el umbral de su casa
“En el cuarto de mi hija mayor la pared es en verde y ocre, que quedan divinos vistos en perspectiva con el rosa del living”, cuenta Rosa. En la cocina, también aplico la combinación de amarillo y verde. “Para el techo de la cocina, dibujé en paneles de fibrofácil con esmalte sintético, una buena alternativa para los que no se animan al color de lleno. Hice un diseño relacionado con las mayólicas verdes existentes y el amarillo del comedor de la casa de Monet en Giverny”
Las paredes del cuarto de otra de sus hijas, Emma, están pintadas con pigmento azul que Rosa trajo de un viaje a Chefchaouen, en Marruecos. “El pueblo entero está pintado así. Ellos lo mezclan con cal; yo lo mezclé con látex común”.
“Me parece fabuloso pintar el techo, una costumbre de siglos que ahora muy pocos practican. Acá, los paneles de fibrofácil tienen fondo blanco, luego látex y luego las ramitas pintadas con una pintura de aluminio”
De ayer y de hoy
El objetivo era transformar una vivienda familiar de principios del siglo pasado en una casa actual, con el desafío de hacerlo revalorizando su arquitectura y su carácter simbólico. Para esa compleja tarea se convocó al arquitecto Ignacio Montaldo, de Estudio Moarqs, que además de adaptar la vivienda y poner en valor lo existente, supo hacer el espacio para un jardín de especies nativas y una pileta.
La reforma mantuvo el ingreso a través del zaguán. Le sigue el hall de distribución, con el damero calcáreo original de 1920. La antigua fachada tenía una entrada principal en el centro y otra lateral, que iba a una unidad posterior con habitaciones de renta. La propiedad del fondo se demolió y ahora la segunda entrada se usa para pasar directamente a los espacios exteriores.
Los ambientes que se suceden paralelos al patio conformando la circulación tradicional de las casas chorizo se aggiornaron al destinarlos a las áreas sociales. En el caso de la cocina, en el plano original era chica, tenía techo bajo y habitaciones de servicio arriba. “Rehicimos por completo este espacio para cocinar, para estar y para disfrutar del jardín”, describe el arquitecto Montaldo.
Como un espejismo, la vista del frondoso jardín nos traslada del entorno típicamente porteño a una acogedora casa de pueblo.
La obra del primer piso tiene una terraza perimetral que la retira del frente para que no sea visible desde la calle. Todo el volumen está revestido con chapa ‘Miniwave’ color gris pizarra (Hunter Douglas), que se instala con un sistema de empalme machihembrado y brinda control solar pasivo y soluciones acústicas.
En vez de abrirse al frente, los dormitorios invierten la circulación y miran al lateral aprovechando la terraza y la orientación Norte.
Diseñada como un estanque, la pileta de venecitas verdes tiene bordes que llegan a la superficie con un rebaje que deja a la vista una presencia mínima. Así, completa la abstracción que propone el jardín, invitando a avanzar entre la (aparente) maleza para llegar al agua.
“Nunca pensé que me iba a dar para comprar una propiedad en Capital, así que buscaba por las afueras. Hasta que, un día, puse los ojos en el sur de la ciudad y terminé enamorada de un departamento del siglo XIX, dentro de lo que alguna vez fue un conventillo”, recuerda la arquitecta María Carballo.
Lleva más de un año viviendo en La Boca, una zona en la que nunca había imaginado instalarse y que hoy abraza con mucha convicción, ya que le recuerda la escala barrial de Ciudadela, donde se crió. Teniendo como base inestimable una buena iluminación y ventilación, unificó los 120m2 en una planta funcional para su dinámica cotidiana, que incluye usar su casa como oficina.
La salamandra de segunda mano fue una de las primeras cosas que adquirió la arquitecta al comenzar la obra, junto con la puerta de entrada de demolición. “Quería tener un fuego dentro de la casa, como símbolo de hogar y reunión. Entonces, compré la salamandra sin vacilar no bien empezamos a demoler, porque sabía que, si lo postergaba, iba a perder algo que me ilusionaba mucho en la vorágine del cierre de obra, cuando los números suelen estar en rojo”, confiesa.
“Como vivo sola, no necesito crear espacios privados. Me gusta que los ambientes estén integrados, con perspectivas largas desde todos lados, así como levantarme a la noche y no sentirme encerrada entre cuatro paredes. Además, desde el living, el recorte azul profundo de mi cuarto se lee casi como un cuadro”