El apoyo social a Javier Milei es un fenómeno político que existe, pero que es difícil de explicar. La economía está en recesión desde hace mucho tiempo (incluidos los últimos tiempos de Alberto Fernández y Sergio Massa), y el sinceramiento en marcha de precios y tarifas provocó una inflación devastadora para la gente común. Es cierto que se percibe una tendencia inflacionaria hacia la baja, pero el índice de abril (8,8 por ciento mensual) no es muy distinto del de octubre del año pasado cuando Massa gestionaba la economía (8,3 por ciento). La diferencia consiste en que los precios y las tarifas no están ni pisados ni congelados, como sucedía con Massa, aunque ahora la economía tampoco está totalmente sincerada. Si la inflación se estancara en alrededor del 5 por ciento mensual, los argentinos no estarán ante un milagro económico. Peor: sería una tragedia nacional según la comparación con cualquier país serio del mundo. Es evidente un exitoso programa de marketing gubernamental (no por nada Santiago Caputo tiene el ascendiente que tiene en el Presidente), pero lo cierto es que hasta ahora la administración no logró sancionar ni una sola ley en el Congreso. De hecho, los legisladores con mayor experiencia sostienen que no habrá Pacto de Mayo en mayo –valga la redundancia– porque sencillamente ya no hay tiempos parlamentarios para aprobar la Ley Bases y el paquete fiscal. El Pacto de Mayo fue anunciado con pompa y circunstancia por el Presidente en su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso en marzo pasado. Fue su discurso más serio, fundamental y homologable desde que es presidente. No pudo avanzar más allá del ponderable enunciado.
¿Por qué no lo afectan tantas adversidades? Porque frente a él no hay nadie y, por lo general, las sociedades no dan saltos al vacío. El peronismo quedó atrapado en el kirchnerismo, cuyo recuerdo en la sociedad solo fortalece al actual jefe del Estado. Milei es mejor que Cristina Kirchner. ¿Hace falta consultar encuestas? Es una anomalía histórica, pero por primera vez el peronismo no muestra reflejos renovadores luego del agotamiento definitivo de un liderazgo. Los gobernadores peronistas están más pendientes de que Milei no les haga sentir el rigor de la venganza que de pensar un proyecto nacional. Los intendentes peronistas solo aspiran a sobrevivir. En el peronismo no hay una alternativa al actual presidente. Por ahora.
La crisis del radicalismo se profundizó desde que Lousteau es jefe de esa fuerza
El radicalismo implosionó. Los bloques parlamentarios votan distinto de las autoridades partidarias y, a veces, de las propias autoridades de los bloques. La crisis del radicalismo se profundizó cuando Martín Lousteau fue elegido presidente de ese partido; Lousteau fue funcionario de Daniel Scioli y de Cristina Kirchner. Un partido tan apegado a su historia y a su liturgia tropezó de pronto con un líder que no conoce la liturgia ni los rituales del radicalismo. Un partido histórico que no puede todavía, por ejemplo, decidir si sus senadores votarán el acuerdo al juez federal Ariel Lijo como futuro miembro de la Corte Suprema. La decisión se hizo más clave desde que ayer estalló la interna entre el juez Ricardo Lorenzetti y el resto de los magistrados supremos. Lorenzetti es el padrino de Lijo y no acepta otro destino para sí mismo que volver a ser presidente de la Corte. Esa ambición está en el fondo de todos los problemas del máximo tribunal. De todos modos, no existe un precedente cercano en la historia de un candidato a juez de la Corte tan cuestionado como Lijo por sectores políticos, sociales y profesionales. No quedó, por ejemplo, ninguna organización empresarial que no haya objetado la nominación de Lijo, claramente cercano al kirchnerismo. Pero ¿se animará el kirchnerismo a votar a un hombre en un lugar que corresponde por equidad a una mujer? ¿Se animará, cuando sería la aceptación explícita de Cristina Kirchner de que su proyecto político se encoge al pobre objetivo de lograr su impunidad judicial? Como ya se dijo, el mensaje que recibió Cristina de parte de operadores judiciales consiste en que Lijo es el “mejor anestesista” de causas judiciales en los tribunales; también le aclararon que nunca la Justicia la declarará inocente, que es lo que ella quiere. Una promesa modesta y degradante. Regresemos al radicalismo. ¿Es aceptable que ese partido no pueda alcanzar una definición sobre Lijo después de lo que hizo Raúl Alfonsín cuando asumió el gobierno en 1983? Alfonsín, que tenía el Senado en manos del peronismo y necesitaba los dos tercios de los votos de ese cuerpo para el acuerdo de sus jueces, promovió a cinco jueces honorables y de destacada formación jurídica como miembros de la Corte. En 1983, llegaron a la cima del Poder Judicial jueces de la talla de Carlos Fayt, Enrique Petracchi, Augusto Belluscio, Genaro Carrió y José Severo Caballero. Luego se incorporó Jorge Bacqué cuando renunció Carrió. Una Corte impecable designada por un presidente como Alfonsín, que tenía serios límites políticos y parlamentarios. Puede ser que Lousteau no recuerde la historia del radicalismo, por su propia historia, pero hay dirigentes radicales y senadores de ese partido que deberían recordar a Alfonsín.
Pro se lame las heridas después de la larga guerra civil descerrajada entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta; ninguno de los dos llegó a nada por sí solo. Bullrich se agarró luego del saco de Milei en una decisión personal que la convirtió en ministra. La excandidata presidencial le había pedido a Macri en la campaña electoral que no participara porque ella no quería convertirse en un Alberto Fernández más. Pero después de la derrota dijo que había sido víctima de la buena relación de Macri con Milei. ¿Qué debía hacer Macri entonces? ¿Desaparecer, acaso? Una información espera a Patricia Bullrich: los expresidentes no desaparecen nunca. La actual ministra de Seguridad acaba de señalar, no sin cierto desprecio, que a “Macri no le toca ahora protagonizar”. El protagonismo de Macri, sea oportuno o no, es una cuestión ajena a Bullrich, quien le debe favores políticos al expresidente como ningún otro dirigente. Macri la llevó a un lugar cimero de la política al que ella nunca había accedido. El expresidente confiesa que se hizo cargo ahora de Pro para suturar las heridas de la guerra civil; también se ufana de que su partido fue el único que lo ayudó a Milei en los últimos cinco meses, fundamentalmente en el Congreso. Pero no está de acuerdo con todo. “Nosotros somos un partido que respeta a las personas y a las instituciones”, desliza sin hacer comparaciones. ¿Es necesario que señale las comparaciones? Son demasiado explícitas.
El problema de Pro, como el de todos los liberales, es que coinciden con muchas ideas de Milei, pero perciben también serias contradicciones con el histórico ideario del liberalismo. ¿Ejemplos? La permanencia del cepo al dólar no es una decisión liberal. El apriete a las empresas de medicina prepaga para que bajen los aranceles tampoco está en el manual del liberalismo. El monumental e injusto sistema de impuestos y anticipos que les aplican a las compras de los argentinos en el exterior (que incluye los insumos necesarios para la industria) no es un recurso liberal. Tampoco lo es promover al juez Lijo como miembro de la Corte Suprema cuando la Corte Suprema debe optar entre los profesionales del derecho o los profesionales de la política. Y tampoco está inscripto en ningún manual liberal el maltrato público a adversarios políticos y a periodistas.
El Presidente practica el solipsismo, que es la forma de creer que solo existen él y sus ideas. ¿A quién consultó para viajar a España, país que está en plena campaña electoral por las elecciones europeas de dentro de 20 días, invitado por un partido opositor al oficialismo? Seguramente, no a la canciller Diana Mondino, que es quien luego deberá recomponer las cosas con Madrid. El gobierno español de Pedro Sánchez está en el centro de muchas críticas, pero un jefe de Estado, como lo es Milei, debe respetar las relaciones históricas de su país, no solo sus ideas y sus simpatías. Milei hizo una sola visita oficial; fue a Israel. Todos los otros viajes que realizó, y que realizará hasta dónde se sabe, fueron invitaciones de organizaciones políticas o partidos con los que teje antiguas adhesiones políticas. La ideologización de la política exterior es un error, lo cometan Cristina Kirchner o Milei.
No todo es reprochable. El ministro Caputo hizo un milagro cuando sacó al país de la ciclópea deuda del Banco Central que dejaron Alberto Fernández y Massa. Su gestión macroeconómica (reservas del Banco Central, estabilidad del dólar, extrema austeridad en el gasto público) es elogiable. La microeconomía, que es la que le toca a la gente común, se mueve, en cambio, cansinamente. Guillermo Francos es el único ministro que pavimenta la relación política con gobernadores, legisladores y sindicalistas. Y Mondino es la que arregla los desarreglos exteriores. No hay mucho más, pero en la vereda de enfrente están solo el vacío y el vértigo.