NUEVA YORK.– En los primeros días de la pandemia de Covid, un equipo de científicos le pidió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que reconociera que la enfermedad de transmitía a través del aire.
Al principio la OMS desestimó el pedido, a pesar de la creciente evidencia de que las microgotas cargadas de ese patógeno quedaban en el aire, convirtiendo los espacios cerrados en caldos de cultivo de la enfermedad. Los investigadores respondieron con una campaña pública, que ayudó a convencer a la OMS de que finalmente reconociera, a fines de 2021, que el Covid se transmitía por el aire.
Tras la controversia, la agencia también le solicitó a un grupo de asesores –incluidos algunos de los científicos que la habían criticado– que actualizara la guía de lineamientos formales para clasificar las formas en que se propagan los agentes patógenos. Ahora, tras más de dos años de debate, el grupo acaba de publicar un informe con nuevas definiciones que podrían tener importantes implicancias en los países del mundo que confían en los lineamientos de la OMS para implementar políticas públicas de control de la propagación de enfermedades.
La postura anterior de la OMS era que solo podían ser considerados “de transmisión aérea” un puñado de patógenos, concretamente, los que viajan en microgotas y recorren largas distancias, como la tuberculosis. Pero los nuevos lineamientos hablan de categorías más amplias, que no dependen del tamaño de las gotas ni de la distancia que recorren. Son cambios que generan controversia, porque implican la posibilidad de que se sumen enfermedades que exijan costosas medidas de control, como habitaciones de hospital con aislamiento y equipo de protección para el personal de salud.
“Es un importante primer paso –dice Ed Nardell, experto en tuberculosis de la Facultad de Medicina de Harvard y miembro del grupo–. Es un verdadero comienzo, con una terminología acordada, aunque no todos queden contentos”.
Antes de la pandemia, la OMS y otros organismos de salud reconocían unas pocas formas de propagación de las enfermedades. Una era la “transmisión por contacto”: la persona contraía el patógeno al tocar directamente a una persona infectada o mediante el contacto con una superficie contaminada.
La “transmisión por gotas” implicaba la propagación a corta distancia cuando una persona infectada tosía o estornudaba gotas de más de 5 micrones (cinco millonésimas de metro), que luego caían directamente en la boca, los ojos o la nariz de la persona sana.
Y la “transmisión aérea” se aplicaba solo a un puñado de enfermedades que se propagan en gotas de menos de 5 micrones, flotando largas distancias hasta que alguien las inhala.
Cuando surgió el Covid, la OMS dijo que probablemente se propagaba en distancias cortas, ya sea por contacto o transmisión por gotitas.
Pero a Yuguo Li, ingeniero mecánico de la Universidad de Hong Kong, y a muchos otros les preocupaba que la OMS estuviese pasando por alto la posibilidad de que el SARS-CoV-2 se propagara por el aire, o sea que fuese “de transmisión aérea”. Y a medida que fue avanzando la pandemia, en los brotes de la enfermedad que iban surgiendo los científicos encontraron evidencia de que el coronavirus efectivamente podía atravesar largas distancias en microgotas suspendidas en el aire. (Otros científicos cuestionaron la solidez de esos estudios).
Así que en noviembre de 2021 la OMS conformó el nuevo grupo asesor y le pidió a Li que fuera su copresidente. En las reuniones del grupo, Li y otros científicos argumentaron que la agencia había basado sus conclusiones en una falsa dicotomía.
Por ejemplo, existe poca base científica para establecer el umbral de 5 micrones de las gotas pequeñas: hay gotas más grandes que también pueden permanecer en suspensión durante largos períodos de tiempo.
Los investigadores también sostuvieron que los contagios de corto alcance no eran prueba de que una enfermedad se propagara únicamente a través de la tos y los estornudos. Las personas infectadas también pueden exhalar gotitas al respirar o al hablar, que luego son inhaladas por personas que se encuentran cerca.
El nuevo informe divide las vías de contagio en aquellas que implican contacto directo y en aquellas en las que participa el aire. El grupo acordó denominar esa segunda vía de contagio como “a través de transmisión aérea”.
A la investigadora Linsey Marr, ingeniera ambiental del Instituto Tecnológico de Virginia y miembro del grupo asesor, esa frase le resulta más confusa que un término simple como “transmisión aérea”.
“Es una terminología bastante burda, pero buscábamos un mínimo común denominador que dejara conformes a todos”, explica.
Además, el nuevo informe especifica que los patógenos pueden propagarse por el aire de dos maneras. Una es la “deposición directa”, que se refiere a las gotitas expulsadas que van a parar a las mucosas de la boca, los ojos o la nariz de la persona sana, y la otra es la “transmisión/inhalación por aire”, en la que las gotitas son inhaladas.
Cuando los científicos acordaron la nueva terminología, la OMS obtuvo el acuerdo de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos y de los organismos homólogos de África, China y Europa, para que adoptaran las mismas categorías.
“Es una importante declaración de acuerdo para trabajar coordinadamente”, señala Jeremy Farrar, científico en jefe de la OMS.
Pero el nuevo informe no hace ninguna recomendación sobre lo que deberían hacer los organismos nacionales de salud para frenar la propagación de enfermedades por esas diferentes vías. Los autores reconocen que no pudieron llegar a un consenso sobre esta cuestión.
Históricamente, las directrices hospitalarias para el control de las enfermedades de transmisión aérea obligan a tomar medidas muy costosas, como salas de aislamiento con presión de aire negativa, máscaras N95 y otros equipos de protección para evitar la inhalación de microgotas. Pero no está claro qué enfermedades justifican ese tipo de controles ni qué medidas deberían tomarse fuera de los hospitales.
Walter Zingg, experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Zurich y también miembro del grupo asesor de la OMS, afirma que la orientación que daban las anteriores categorías era demasiado simplista. Se pensaba, por ejemplo, que mantenerse a unos metros de alguien que tosía y estornudaba era suficiente para evitar la transmisión por gotitas.
“Era simplista y probablemente ni siquiera del todo cierto, pero de alguna manera cumplía su propósito. Ahora hay otras variables sobre la mesa”, expresa Zingg.
Farrar sostiene que las nuevas directrices hospitalarias deberían basarse en evidencia experimental clara, aunque en el caso de muchas enfermedades esa evidencia todavía es escasa. Los científicos siguen debatiendo, por ejemplo, hasta qué punto la gripe, una enfermedad estudiada desde hace más de un siglo, se propaga por aire.
“Sabemos algunas cosas, y de otras no estamos totalmente seguros”, reconoce Farrar.
Por Carl Zimmer
(Traducción de Jaime Arrambide)